viernes, 21 de noviembre de 2008

Lo que mata es la altura


Uno de los problemas más comunes que deben enfrentar los equipos es jugar en la altura. Diversos métodos se utilizan para contrarrestar los efectos que produce jugar, por ejemplo, por encima de los tres mil metros sobre el nivel del mar.
El técnico Adolfo Surita, renovador si los hay, hizo que su equipo concentrara los cuarenta días previos al cotejo en globos aerostáticos ubicados a la misma altura de la ciudad donde se realizaría el mismo. La práctica era por demás engorrosa, pues en los canastos de los globos, apenas podía practicarse un cabeza y, cada dos por tres las pelotas caían al vacío. Por otra parte el entrenador debía sortear numerosos peligros al trasladarse de globo en globo para dar las charlas técnicas. Finalmente una gran tormenta de viento dispersó la flota y uno de los globos alcanzó el Polo Norte, logrando sus involuntarios tripulantes un nuevo récord mundial de permanencia en el aire.
Otro método empleado por Surita fue el de realizar la pretemporada en el Himalaya, con la firme creencia de que duplicando la altura del lugar donde se iba a jugar, se obtendría un mejor rendimiento. Así fue que una expedición encabezada por el técnico, los jugadores y un grupo de guías locales, alcanzaron la cima del Everest.
Luchando contra las inclemencias del tiempo, improvisaron un campo de juego sobre el terreno y para entrenar organizaron un equipo entre los sherpas y un par de alpinistas búlgaros y alemanes. Al arco estaba un yeti, que se destacó tanto en esa posición que terminó contratado por el Real Madrid.
Durante uno de esos partidos, el veloz delantero Aldo Brunetti, se mandó un pique bárbaro, sin darse cuenta de que la línea de fondo terminaba en un abismo de más de dos mil metros. Su pérdida fue un duro golpe para la moral de los jugadores, pero el técnico logró levantar el espíritu de sus muchachos con un discurso de fuerte tono emocional.
Cómo puede ser que diez alpinistas de mierda con un bicho peludo al arco, nos estén dando semejante baile! rugió Surita. Los jugadores salieron eufóricos y con una brillante jugada lograron meter un golazo que fue gritado por todos. De pronto se percataron de su error, pero ya era tarde, el alud de nieve los había tapado. El día que se debía jugar el partido en la ciudad de La Paz, Bolivia, el equipo completo guardaba obligado reposo en la sala de traumatología de un hospital de Nepal, enyesados hasta el cuello.
La última apuesta de Surita –antes de un partido en el estadio Altajauja en Ecuador- se realizó siguiendo la teoría que dice que lo mejor que se puede hacer es llegar lo mas cercano posible al horario de inicio del partido.
-¡Son las 15:50 el partido empieza en diez minutos y del equipo argentino nadie sabe nada! ¡Todo el mundo se pregunta donde están los jugadores! comentaba el relator de la radio local.
De pronto, un avión apareció en el horizonte y a la altura del estadio once hombres se arrojaron de él en paracaídas con los colores de sus camisetas. El espectáculo fue impresionante. Los jugadores cayeron en el campo de juego, justo a tiempo para el silbato inicial.
Noventa minutos más tarde los argentinos pierden por 6 a 0 porque el delantero Roberto Fosasco, pese a sus denodados esfuerzos, nunca pudo deshacerse de la maraña de tela y sogas en la que quedó atrapado. Peor suerte corrió Aldo Peta, el arquero, que fue a parar dentro del foso que rodea la cancha, del que nunca volvió a salir.
(Texto en coautoría con Carlos Leiro. Imagen, sobre una obra de H. Ed Cox)

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