jueves, 21 de mayo de 2009

La cascada (*)


Cuenta la leyenda que en un país muy lejano, un hombre bueno vio al pie de una cascada a un joven ahogándose en un remolino.
Con gran esfuerzo, el buen hombre logró sacarlo del agua y llamó a un vecino para que lo ayudara a revivirlo. Cuando estaban en eso vieron a otro chico cayendo por la cascada. Mientras intentaban salvar al segundo ahogado, vieron que caía un tercero. Horas después un gentío bien intencionado se esforzaba por rescatar a los que caían uno tras otro.
Algunos meses más tarde los vecinos ya habían formado la Asociación del Ayuda al Ahogado, y con grandes sacrificios habían reunido fondos para contratar a un batallón de buzos, que iba sacando del agua a los niños y jóvenes que seguían cayendo.
Llegó a la comarca un hombre sabio y preguntó: “¿no sería bueno subir a lo alto de la cascada y averiguar por qué se cae tanta gente?”. Los esforzados vecinos le contestaron, con no poca impaciencia: “¿no ves lo ocupados que estamos salvando vidas?”. “¡No tenemos tiempo ni plata para andar paseando!”
El sabio fue subiendo al cerro en sentido contrario al de la corriente, y descubrió en la cima una aldea muy pobre, con una sola escuela. Y, enfrente de la escuela, un gran baldío fangoso y sin barandas junto a la surgente cascada.
Hay distintas versiones sobre el final de esta leyenda: hay quienes dicen que el sabio organizó a los alumnos de la escuela para que construyeran una baranda, y sembraran césped y una huerta en su baldío. Otros dicen que pasó el resto de su vida tratando de obtener algo de fondos del Tesorero Real para pavimentar frente a la escuela, pero éste estaba demasiado ocupado cubriendo las deudas de la Corte, y el único subsidio que tenía disponible era para los buzos de la Asociación de Ayuda al Ahogado.

N. de la R.: Cualquier parecido con la coincidencia, es pura realidad.

(*) Citado en “PEDAGOGÍA DE LA SOLIDARIDAD” de María de las Nieves Tapia.

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